Reflexiones tras el necesario homenaje del PP lucense a Francisco Cacharro

Enrique G. Souto
Lugo, noviembre de 2025
Tarde, pero llegó, aunque aún incompleto. El reciente homenaje del PP lucense a Francisco Cacharro, diez años después de su fallecimiento, era una obligación ineludible del partido al que dio sus mejores resultados electorales durante muchos años. Era también especialmente necesario para el propio partido, en el proceso de reconocimiento de sí mismo, en un tiempo de ideologías confusas, líquidas y coyunturales. Homenaje necesario, sí, y bien trabado de la mano profesional, sorprendentemente, de alguien con el que Cacharro, durante un tiempo nada corto, mantuvo una relación que nunca fue excelente.
La presidenta provincial del PP, Elena Candia, supo leer en los posos del partido la necesidad de sellar viejas heridas, aquellas que quedaron abiertas cuando, con malos modos y poca justificación, algunos felones conspiraron y conspiraron hasta apartar a Cacharro de la dirección provincial del partido y de la presidencia de la Diputación. Acertó la presidenta, aunque sea acierto tardío, pero ya se sabe que las cosas, y más en política, no siempre salen ni son posibles en cualquier momento. Ahora queda una segunda fase del homenaje, encaminada a dejar constancia en el paisaje urbano de Lugo del reconocimiento al trabajo de Francisco Cacharro. Nadie hizo más por el campus de Lugo, ni tuvo la provincia líder que más hiciese por ella, bien es cierto que a su modo y con una muy peculiar forma de ejercer la política, esa forma a la que algunos llaman caciquismo. En esa segunda fase del homenaje tiene que quedar constancia del reconocimiento a Cacharro en el callejero de la capital o mediante un busto, o similar, allí donde más merecido lo tiene, es decir, en el campus.
Cuando el socialista José Ramón Gómez Besteiro era aún el esperado mirlo blanco del PSOE lucense supo estar a la altura y, como presidente de la Diputación, rindió homenaje al rival político velando sus restos mortales en el palacio provincial. Noble gesto que mereció ser ampliamente resaltado. Quizá agotó entonces Besteiro el caudal de liderazgo del que gozaba, porque pocas, por no decir ninguna, muestras de poseer tal cualidad dio después.
Elena Candia tiene suficiente instinto político como para saber que no puede dar por concluido el homenaje a Cacharro. Y es seguro que no lo dará por concluido. Sería lamentable dejar sin cerrar debidamente una iniciativa tan loable como demorada, tan necesaria para el propio PP como para mantener la memoria de la ciudad y de la provincia.